Es tiempo de hablar del largo plazo

24/04/2023
José Antonio Licandro


Somos un país que solemos discutir permanentemente de la coyuntura y con
mucho menos frecuencia de lo que deberíamos: pensar y discutir sobre el
largo plazo, entendido este último como los aspectos que hacen a las cosas
estructurales que determinan —en última instancia— nuestro desempeño de
largo aliento, más allá de las vicisitudes de corto.
Quizás como país pequeño y relativamente abierto que somos, sufrimos más
que otros el síndrome de la cáscara de nuez que flota a la deriva en el océano,
expuesta a la suerte de los elementos, exógenos y cambiantes. Pero lo cierto es
que tenemos que darnos un tiempo para tener una mirada más estratégica que
nos permita navegar en este mundo interconectado y complejo, con el ojo
puesto en lo que debería ser nuestro norte: lograr un crecimiento económico
sustancialmente mayor al modesto 2% actual.
Somos un país pequeño, pero no una cáscara de nuez sin rumbo. Necesitamos
una nave compacta, una buena hoja de ruta y un timonel y su tripulación
dispuestos a hacer los sacrificios necesarios y tomar las decisiones adecuadas
que nos lleven a buen puerto. Y sería bueno que en este período electoral que
se avecina, los distintos partidos nos cuenten en qué están pensando para salir
de esta mediocridad.
Afortunadamente la teoría económica, como la experiencia internacional, nos
enseñan por dónde va la aritmética del crecimiento: necesitamos invertir más
en capital físico, en capital humano y en incorporar progreso tecnológico.


Por el lado del capital humano, donde las proyecciones más optimistas en
materia de población nos muestran un futuro de disminución poblacional y
aumento de la esperanza de vida, con caída sistemática en la proporción
activos/pasivos, la atención estratégica en incrementar el capital humano
mediante mayor y mejor educación es el único camino posible.
Sin embargo, llevamos décadas de retroceso en este campo, porque no hemos
logrado ponernos de acuerdo hacia dónde ir. La experiencia nos enseñó que con
gastar más en educación no alcanza y que se requiere hacer cambios sobre el
cómo y el qué. Veremos si las transformaciones actuales logran los resultados
que hasta ahora nos han sido esquivos.


Condiciones sine qua non: apertura comercial, estabilidad macro y reglas
de juego
De nuevo, la teoría y la experiencia (tanto internacional como la nuestra propia)
enseñan que la estabilidad macroeconómica y la de las reglas de juego, junto
con la apertura comercial y financiera son clave para lograr atraer inversión y
progreso técnico. Por más trillado que sea, no podemos dejar de mencionar que
para nuestro escaso tamaño estos ingredientes son imprescindibles.
La apertura comercial implica lograr acuerdos con otros países que nos
permitan competir con nuestros productos en condiciones favorables, ya que el
tamaño de nuestro mercado interno es muy pequeño como para lograr niveles
de inversión elevados y eficientes que habiliten un crecimiento razonable à la
Robinson Crusoe.
Nuestra experiencia de sustitución de importaciones en la segunda mitad del
siglo pasado mostró el vuelo corto de este tipo de políticas para atraer inversión
y generar empleo para países de pequeña escala como el nuestro, así como el
alto costo que ello impone a los ciudadanos como consumidores en materia de
pérdidas de bienestar.
En este campo me preocupan algunos comentarios políticos recientes que
parecen querer volver a proteger industrias que no han logrado sobrevivir a la
competencia internacional. Si el camino es abrirse al mundo para agrandar
mercados, posturas proteccionistas son estrategias contradictorias, entre otras
cosas porque los acuerdos comerciales conllevan reciprocidades. Nadie te va a
dar preferencias sin contrapartida. Para quienes pretenden insistir con el
proteccionismo, sería bueno que pusieran atención en el renovado fracaso de
nuestros hermanos argentinos en esta materia, recordatorio vívido de que por
acá no nos va a ir bien.
Por otra parte, seguimos insertos en el Mercosur, que es un verdadero lastre
para la estrategia de apertura que necesitamos para crecer más, porque sus
principales socios han apostado por mantener cerrado el bloque. El sueño
uruguayo de usar al Mercosur como plataforma para abrirse al mundo terminó
siendo una pesadilla. En efecto, no solo es un bloque cerrado en el que ni
siquiera se respetan las normas internas, sino que tampoco nos deja avanzar de
manera unilateral, en una reacción más propia del perro del hortelano que de un
socio comercial comprensivo que entiende nuestras necesidades. Pensar en
abandonar el estatus de socio pleno y pasarse al de asociado al bloque hoy
debería ser evaluado con mucha seriedad.
Para crecer, nuestro país más necesita abrir nuevos y más dinámicos mercados
con el objetivo de expandir nuestra demanda externa potencial, único camino
para incrementar las oportunidades de inversión que la satisfagan. Y como
sabemos, la mayor inversión siempre va acompañada de mayor demanda por
mano de obra. A pesar de los pesares y al costo de competir en desventaja
arancelaria, hemos logrado avanzar igual, sobre todo con China, que hoy es
nuestro principal socio comercial. Imagínense todo lo que podríamos seguir
avanzando tanto con China como otros países si lográramos buenos acuerdos.
Es la única opción en materia comercial para que la aritmética del crecimiento
nos ayude.
La estabilidad macroeconómica, entendida como disponer de una moneda de
calidad (inflación baja, estable y creíble) y de finanzas públicas bajo control
(déficit fiscal reducido que asegure niveles de deuda pública sostenibles y que
no impliquen un uso exagerado de recursos para cubrir pagos de intereses)

también es relevante. La estabilidad macroeconómica así entendida pone a
cubierto al país de sobresaltos en estas variables clave para la evaluación de
proyectos de inversión a largo plazo. Con alta inflación y con riesgos elevados
de crisis fiscales y de deuda pública, la variabilidad de precios relativos y las
elevadas y cambiantes tasas de interés reales requeridas para los proyectos,
achican el horizonte económico y con él el portafolios de inversiones que puede
ofrecer el país, aunque tenga resueltos amplios acuerdos comerciales.
Asimismo, la estabilidad fiscal y monetaria potencian la capacidad de hacer
políticas anticíclicas para mitigar las vicisitudes de la coyuntura.
Además, la estabilidad macro y la fiscal en particular, permiten disponer de
recursos para mejorar las políticas públicas orientadas a fortalecer la
infraestructura física del país y la calidad de nuestro capital humano vía sistema
educativo en sentido amplio. Tener buena infraestructura y capital humano de
calidad también son importantes para que el país sea atractivo para los
proyectos de inversión de los que hablamos antes.
En este campo nos falta consolidar las finanzas públicas, más allá de la
inminente reforma de la Seguridad Social y de las recientes reglas fiscales
aprobadas y hasta ahora respetadas.
Respecto a la moneda de calidad, tal parece que la experiencia reciente deja
claro que si no completamos la reforma institucional del banco central
otorgándole autonomía del gobierno de turno, seguiremos exhibiendo los
resultados mediocres de las últimas décadas: una inflación rondando la mal
llamada “zona de confort”, que seguirá siendo poco propicia para revertir
aspectos negativos para el desempeño económico que arrastramos de manera
anacrónica, como la indexación de precios y salarios y la dolarización enraizada
en nuestro sistema de ahorro/inversión y en varios mercados no transables
relevantes, como el de la vivienda.
Por último, es bueno recordar que mantener las reglas de juego
estables
también es un ingrediente muy importante para que la inversión haga
funcionar la aritmética del crecimiento en nuestro favor. Las inversiones de
largo plazo requieren de esa estabilidad para proyectarse con menor
incertidumbre. En ese sentido los acuerdos de protección de inversiones han
funcionado de manera exitosa como ingrediente relevante para atraer capital
externo. Sin embargo, en los últimos años y debido a los desarreglos fiscales de
la segunda mitad de la década pasada, se cambiaron reglas de juego que
significaron aumentos impositivos para los emprendimientos, sobre todo
aquellos de capital local, que no están al resguardo de acuerdos de protección
con terceros países. Es importante darle garantías también a los inversores
domésticos, porque eso asegura que los dividendos empresariales se queden en
el país, lo que no solo acrecienta el producto interno bruto sino también —y
más importante, quizás—el ingreso nacional

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