Rendición de Cuentas: la penúltima prueba para la sostenibilidad fiscal

19/06/2023

En esta columna, he destacado recientemente el importante legado que estaría

dejando este gobierno a la estabilidad macroeconómica, por el lado de la

sostenibilidad fiscal.

Algunos de sus beneficios ya se observan en el corto plazo. El más notorio, sin

duda, es la avalancha de mejoras en la calificación de riesgo soberano que

hemos observado en los últimos meses. En efecto, entre otras, las tres mayores

empresas internacionales que se dedican a esto le han subido la nota al país

(Standad & Poor´s; Moody´s y Fitch), destacándose especialmente la mejora de

Fitch, pues en los últimos años había sido la calificadora más exigente en la

materia, incluso teniéndonos por un tiempo bajo amenaza de perder el grado

inversor.

Si bien es cierto que los mercados suelen anticiparse a las calificadoras, se sabe

que la evaluación del riesgo soberano (la capacidad y voluntad de repagar su

deuda, de eso se trata) es importante, porque le permite acceder al Gobierno a inversores institucionales cuya regulación les limita posicionar sus activos en

títulos que no tienen grado inversor. De esta forma, el país puede ensanchar la

demanda por sus títulos y lograr mejores condiciones de acceso a los mercados

voluntarios, tanto en plazos como en tasas de interés requeridas.

Así, en los últimos tiempos hemos visto cómo el riesgo país se ha reducido a

niveles históricos, a contramano de lo que ha sucedido en la mayoría de los

países de la región (que han visto aumentar sus primas de riesgo y reducir su

evaluación crediticia de manera simultánea). Hoy Uruguay dispone de una

calificación que está por encima de la nota mínima de grado inversor, lo que le

permite tener un colchón de confianza ante shocks negativos que eventualmente

podrían perjudicar transitoriamente su solvencia fiscal y de los que no está

exento. Asimismo, también paga la menor prima de riesgo del barrio.

Como señalan muchos colegas, las menores tasas de interés que el país debe

asumir impactan positivamente al rebajar la carga de intereses que el país paga,

liberando recursos para poder cumplir con otras funciones importantes del

Estado, como la infraestructura, la educación, la salud, etc.

Pero además hay consecuencias positivas no tan notorias, pues el menor riesgo

soberano también impacta positivamente en el sector empresarial. En efecto, en

la práctica la evaluación de riesgo empresarial está íntimamente ligada al riesgo

país. Eso abre la posibilidad para mejoras en la evaluación de emprendimientos

privados y su acceso a fuentes de financiamiento más amplias y también a

menores tasas de interés.

Las ventajas no se limitan a eso. También abre la posibilidad de nuevas

inversiones de capitales en el sector real de la economía, algo tan necesario para

que el país logre aumentar significativamente su tasa de inversión (relación

Inversión/PIB) y así empujar al alza nuestra magra tasa de crecimiento

tendencial (2,1%).

No nos debería extrañar que algunos de los grandes proyectos que están

apareciendo, como el de producción de hidrógeno verde o propuestas para

proyectos de infraestructura como el vial de tranvías para la zona metropolitana,

por ejemplo, aparezcan de manera simultánea con las mejoras en la calificación

de riesgo país. Asimismo, viabiliza otros proyectos de infraestructura del propio

Estado como el Plan Neptuno para el agua potable o el proyecto —aún en

pañales— de una terminal para cruceros que planea el gobierno de Maldonado

para el puerto de Piriápolis.

Como puede apreciarse, la disciplina fiscal solo tiene consecuencias positivas a

largo plazo para el país y la población, más allá de que haya exigido esfuerzos

en el corto plazo. Directa o indirectamente, potencia la capacidad de crecer más

con mayor inversión real, lo que seguramente también impacte positivamente en los niveles de empleo, productividad y salarios reales. La mayor actividad

económica también redundará en una mayor recaudación de impuestos,

consolidando la sostenibilidad y creando verdadero “espacio fiscal” para las

políticas públicas antes mencionadas que, como en el caso de la educación

pública, es más que necesaria si queremos apuntar a mayores niveles de equidad

social.

Es un verdadero círculo virtuoso que no tiene ideología política, aspecto que

debería erradicarse definitivamente (hoy ya está bastante devaluado) y que tanto

daño nos hizo en el pasado reciente.

Pero este círculo virtuoso, que tiene su sustento institucional en las nuevas

reglas fiscales de principios de este gobierno y en algunos hitos con impactos

fiscales positivos de largo plazo como la reforma jubilatoria, aún tiene retos

importantes por superar. Y si bien hasta ahora dichas reglas han funcionado

satisfactoriamente, entiendo que aún nos falta pasar dos pruebas de fuego que

lo consoliden.

La primera y de corto plazo, que este mismo gobierno que la propició resista la

vieja tentación de incrementar el gasto de manera desmedida en la próxima

Rendición de Cuentas con la intención de obtener beneficios electorales en

2024. Hay que estar atentos porque esa tentación existe y es muy potente. Así

lo enseña nuestra historia, aspecto ampliamente documentado en la literatura

especializada al respecto.

La segunda, de mediano y largo plazo, para que la institucionalidad fiscal se

consolide y se transforme en una verdadera política de Estado, deberá resistir

también las lógicas alternancias de partidos en el poder que tarde o temprano

ocurrirán en nuestro país.

Como vemos, la responsabilidad final es de todo el sistema político. Porque en

democracia ser gobierno u oposición siempre es transitorio.

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