El nuevo gobierno que entrará en funciones en marzo próximo tiene una impronta más marcada respecto al objetivo de redistribución del ingreso con mayor equidad. En simultáneo, su futuro ministro de economía señala que el país debe crecer más para poder financiar de manera sostenible esas y otras políticas públicas, debido al escaso margen para incrementar impuestos. Sin embargo, existe un grado de incertidumbre relevante acerca de si la realidad político partidaria terminará por imponer una suba de impuestospara cumplir sus promesas electorales, al menos si prestamos atención a varias demandas de mayor presupuesto por parte de futuros ministros de otras carteras.
Esta realidad me llevó a pensar que sería provechoso discutir a fondo sobre varias de estas cuestiones, porque está claro para mí que crecer más y redistribuir mejor, al menos en el muy corto plazo, pueden ser cosas difíciles de compatibilizar. Comencemos por lo ideológico y sigamos por lo que enseña la historia y nuestra realidad actual.
De la redistribución equitativa y los incentivos a generar riqueza
Hay ideologías más propensas que otras en cuanto a la valoración sobre la distribución “equitativa” del ingreso.
En un extremo están los que piensan que lo que cada uno obtiene en la distribución del ingreso es el producto de su esfuerzo y habilidades. Por lo tanto, que unos obtengan más y que otros obtengan menos no es una preocupación. La desigualdad de ingresos es consecuencia de lo anterior y no hay justicia en “quitarle” al que se esfuerza para “darle” al que no, sino todo lo contrario.
Bajo esta manera de ver el mundo el Estado no tienen ningún rol que cumplir en materia de “redistribución”.
En el otro extremo están los que entienden que la distribución del ingreso debe ser igualitaria, independientemente del esfuerzo y de las habilidades de cada persona. No importa cuánto aportas con tu esfuerzo y habilidades a la generación de riqueza, el Estado debe “extraerle” recursos al que más obtiene y “dárselos” al que menos, para que todos estemos en las mismas condiciones materiales. Esta manera de pensar es la que inspira el famoso aforismo de los socialistas utópicos y los primeros anarquistas y que Marx llamara luego “fase superior de la sociedad comunista” y que reza:
“De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”
Entre estos dos extremos existe un caleidoscopio ideológico muy amplio. En nuestro país se suele decir que buena parte de la población parece identificarse con una posición intermedia, más orientada al centro político, que lleva a un equilibrio entre lo que podríamos llamar la “meritocracia” (la apropiación del producido del esfuerzo personal) y el “igualitarismo” (el Estado como redistribuidor del ingreso entre ricos y pobres).
Sin embargo, cuando la tensión entre meritocracia e igualitarismo se vuelca hacia este último, se corre el riesgo de caer en la ilusión de que la riqueza se autogenera y que solo es necesario corregir su “mala” distribución.
Me explico.
El fracaso de las experiencias socialistas/comunistas
Si algo han mostrado las experiencias de los países que intentaron aplicar algo parecido al aforismo socialista mencionado, es el fracaso estrepitoso en la generación de riqueza.
Hasta donde llega mi entendimiento, ese ideal solo es viable en pequeñas comunidades. Quizás un ejemplo perdurable sea el de la familia. En efecto, allí los padres son quienes ponen sus “capacidades” y esfuerzos para generar ingresos. Luego, esos ingresos se dedican a satisfacer las necesidades de cada miembro de la familia sin importar quién lo generó. En la noche todos se sientan a la misma mesa a compartir la misma cena.
El hecho de que tengan que esforzarse en función de sus capacidades (aunque no sean ellos los beneficiarios de todo el ingreso que generan) no inhibe para nada la generación de riqueza. Por el contrario, los padres nos esforzamos todo lo que podemos con tal de que nuestros hijos —y nosotros— podamos satisfacer nuestras necesidades materiales de alimentación, vestimenta, salud, educación, etc. etc.
Pero cuando hablamos de comunidades como las sociedades modernas, donde la enorme mayoría de las personas son unos auténticos desconocidos para nosotros, ese paradigma se desvanece apenas cruzamos el umbral de la puerta de casa.
Esa parece ser la naturaleza humana que no logró modificar ningún sistema socialista/comunista. En efecto, cuando se intentó imponer que todos tendríamos el derecho al acceso igualitario de bienes materiales (como si fuera un derecho intrínseco), los incentivos al esfuerzo individual para la generación de riqueza casi que desaparecieron. Y cuando el Estado se erigió en planificador central del esfuerzo y las necesidades de cada uno, no solo crecieron a su sombra el desincentivo a la creatividad, a la innovación y al esfuerzo (y consecuentemente la generación de riqueza entró en crisis); también se degradó el propio ser humano, pues la pérdida de las libertades individuales más elementales de la mayoría creció, tanto como crecieron los abusos y atropellos de las elites dominantes. Esas que, irónicamente, se erigieron con el pretexto de hacer realidad el aforismo socialista.
SI bien es cierto que en Uruguay no parece existir una mayoría que sueñe con el paraíso del socialismo a nivel político, la ilusión por la “redistribución equitativa” parece ganarle terreno a la “meritocracia”. Por lo tanto, no podemos ignorar los efectos adversos que ello puede acarrear para la generación de riqueza, base de cualquier sociedad que quiere progresar.
La meritocracia es fundamental para generar riqueza material. Y son los mercados donde los seres humanos damos valor a lo que cada uno aporta a esa generación. No ha sido el Estado el que genera riqueza y la distribuye con equidad.
En el proceso de producción de riqueza se genera lo que los economistas llamamos la distribución “primaria” del ingreso. Ahí capital y trabajo cooperan para que así ocurra. Son socios, no enemigos.
Cuanto más capital logremos atraer como país, mayores serán las oportunidades de trabajo y la consecuente capacidad de generar riqueza.
Y cuanto mejor formación y capital humano tenga nuestra gente, mayor es la probabilidad de que el capital venga a generar producción con alto valor agregado y buenos salarios. No existe otra magia. Los buenos salarios se asocian indefectiblemente con mayor productividad.
Más redistribución puede empeorar las cosas
Si queremos redistribuir “mejor” porque entendemos que hay sectores sociales desfavorecidos, no podemos olvidar las lecciones de la historia y pensar que es posible hacerlo mediante nuevas subas de impuestos o similares al resto de los sectores, que terminarían con resultados económicos similares a las de las experiencias socialistas del pasado.
Si subimos los impuestos al capital (IRAE, IP) que ya tiene gravámenes relativamente altos en Uruguay, el país no va a recibir más inversiones sino lo contrario. Con menos capital habrá menos puestos de trabajo y menos generación de riqueza. De manera similar, pensar que disminuyendo exoneraciones a las inversiones al barrer habrá más recursos para repartir es, en buena medida, un espejismo.
Si crecemos menos, la recaudación tributaria del Estado tendrá la misma suerte y con ella los recursos disponibles para las políticas públicas.
Por otro lado, si le imponemos más impuestos a los trabajadores mejor remunerados (como el IRPF) y que son los más productivos, vamos a empeorar los incentivos de las personas a formarse y esforzarse más (la productividad se basa en eso) y vamos a limitar su capacidad de ahorro. O lo que es peor, habrá más uruguayos que se forman acá y luego emigran, llevándose consigo el capital humano que el país les ayudó a acumular. ¿Les suena esto?
El mismo efecto tendría imponer precios diferenciados por nivel de ingreso a los copagos del sistema de salud, como se ha sugerido recientemente, siendo que en nuestro sistema ya existe el financiamiento principal a través del Fonasa, donde se aporta según nivel de ingreso.
Algo similar sucedería si pensamos que los miles de compatriotas que tienen salarios bajos (los llamados “25milpesistas”) pueden mejorar sus ingresos haciendo lo mismo a expensas de las utilidades empresariales. O si creemos que reducir la jornada laboral es una aspiración lograble sin contrapartida de mayor productividad.
Estos pocos pero relevantes ejemplos ponen de manifiesto la dificultad de compatibilizar la generación de condiciones para que el país crezca más rápido con políticas de distribución primaria y redistribución más “equitativas” del ingreso generado.
Para terminar es bueno recordar que la desigualdad que existe en Uruguay no está en la distribución del ingreso. Ésta es solo una manifestación del magro capital humano de que dispone una parte relevante de nuestros compatriotas, producto de condiciones socioeconómicas heredadas del pasado y de políticas públicas que vienen fracasando desde hace décadas en revertirlo.
Desgraciadamente no hay atajos en este terreno, no queda margen fiscal por el lado de los impuestos ni margen en las utilidades empresariales. Tendremos que recorrer el camino largo de incentivar la inversión de capital y de redirigir los recursos disponibles del Estado —que son cuantiosos— hacia políticas efectivas que le permitan a los menos favorecidos de hoy disponer de mejores condiciones materiales para aumentar sus capacidades de inserción en el mundo del trabajo y la generación de riqueza.
Cómo hacer esto último es el verdadero desafío.
Lo otro es una quimera.